No sé los días que llevo aquí encerrada, las horas pasan de diferente forma cuando no ves la luz del sol. Duermo cuando las fuerzas me abandonan por completo y lo hago siempre pendiente de cualquier ruido que me advierta que él regresa. Ovillada bajo la cochambrosa manta, con la mirada fija en una puerta que no veo, pues la oscuridad es absoluta en este cuartucho en donde estoy encerrada y no dejo de preguntarme ¿por qué?
Mis únicos compañeros en este encierro son las ratas, que están tan hambrientas como yo e intentan añadirme a su menú repetidamente, y los bichos, que se arrastran sobre mi cuerpo en cuanto me descuido. Toda mi vida he temido a estos seres pero ahora entiendo que ese miedo era irracional, a quien hay que temer de verdad es a las personas, el ser humano es capaz de provocar más daño que todos los bichos del mundo juntos.
Las lágrimas amenazan con salir una vez más y las reprimo, no soluciono nada llorando y a él parece gustarle verme rendida, vencida, humillada. Lo último que deseo es agradar al desgraciado que me engañó y me encerró entre estas cuatro paredes.
Me tenso al escuchar pasos que se acercan, temerosa de que intente de nuevo violarme agarro con más fuerza la manta y clavo mi mirada en el lugar por el que en va a entrar en pocos minutos. El cerrojo se abre, las bisagras chirrían y él entra. La luz me ciega por unos segundos, tiempo que él aprovecha para contemplarme a gusto. El día que llegué aquí me despojó de mis cosas, mi ropa y mi calzado incluidas, dejándome indefensa y semidesnuda, solo cuento con la maldita manta raída para cubrirme y no es suficiente.
Fijo mi mirada en él y por milésima vez me repito la misma pregunta ¿cómo alguien tan hermoso puede ser tan malo? Me estremezco sin poder evitarlo y él sonríe, todas mis reacciones de temor parecen agradarle. Se aproxima a mí sin dejar de sonreír y me susurra intentando sonar seductor, algo que ya no funciona pues sé que él es el mismísimo diablo y esas son sus tretas para hacerme más daño.
—¿Cómo se encuentra hoy la mujer más bella de la ciudad?
Me muerdo la lengua para no insultarle, las ganas me superan y reprimirme me cuesta horrores. Por anteriores visitas sé que si reacciono, de la forma que sea, él irá más allá y querrá reclamar lo que no estoy dispuesta a darle.
—¿Te ha comido la lengua una rata? Sé que son unas compañeras de cuarto golosas y a un pastelito como tú, es difícil resistirse.
A duras penas me contengo para no gritar, para no decirle que se puede meter las ratas por donde le quepan, pues sé que eso me pondría en la misma situación que las veces anteriores. Solo recordar su cuerpo sobre mí, sus manos recorriendo mi piel desnuda, tocando zonas que no tiene derecho a tocar me invade la rabia. No quiero eso de nuevo, no podría soportarlo otra vez.
—¿No vas a decir nada? Parece que mi chica va aprendiendo como tenerme contento.
Se acerca los pocos centímetros que todavía nos separan y aferra mi mandíbula entre sus fuertes manos, acercando así mi cara a la suya. Al sentir su aliento sobre mis labios reacciono e intento escabullirme de su agarre, lo que hace que su sonrisa socarrona se ensanche y atrape mis doloridos labios entre sus dientes con fuerza. Las ganas de gritar me invaden pero logro reprimirlas, sé que si no me resisto él se aburrirá pronto y me dejará sola. Se entretiene lamiendo mordiendo y chupando mis labios mientras yo intento que no note las arcadas que su cercanía me produce, saber que es él quien me toca, quien me besa, produce un asco desmesurado en mi interior.
Varios minutos después, con mi labio inferior sangrando por su demostración de afecto, se incorpora y sale del cuarto. A los pocos segundos vuelve a entrar con una bandeja en la que hay un poco de pan, agua y una manzana. Suspiro al ver la comida, no tengo hambre, pero si quiero salir de aquí, necesito comer. Ante su perversa mirada ingiero los alimentos, reprimiendo las ganas de escupirle o tirarle la manzana a la cabeza. ¿Cómo ha podido hacerme esto? Él, que decía quererme, ha reducido mi vida a la oscuridad y la tortura de su compañía, lo último es lo que más me cuesta asumir. Yo no deseo su compañía, ya no, y por esa razón estoy aquí. Maldita la hora en que decidí romper nuestra relación.
Cuando le conocí era el hombre perfecto, su sonrisa iluminaba mis días y juntos lo pasábamos muy bien. Poco a poco fue mostrando su carácter controlador, prohibiéndome salir con mis amigas, distanciándome de mi familia, limitando mis movimientos e incluso controlando mi trabajo. Al verme sola y superada por su presencia decidí terminar nuestra relación, una relación tóxica en la que era mi carcelero, sin yo haberme dado cuenta. Antes de hablar con él fui a ver a mi amiga Luna, a pesar de estar distanciadas, ella me dio la fuerza que necesitaba para dar el paso.
No sé cuanto tiempo ha pasado desde eso, he perdido la cuenta de las veces que he comido o dormido en este cuchitril, las mudas de ropa que ha cambiado o las veces que me ha forzado. Me parece increíble estar tan cerca de todos y a la vez tan lejos…
—Voy a dejarte sola un par de días, amor. He de viajar por trabajo. Cuando regrese hablaremos largo y tendido sobre nuestra relación.
Vuelvo a la realidad al escuchar sus palabras, no entiendo qué me quiere decir con eso de que me va a dejar sola. Si ya estoy sola en el sótano de su casa, rodeada de alimañas y deseando volver a ver la luz del sol. Fuerzo a mi garganta en un arrebato, mis cuerdas vocales están dañadas por haber gritado y por sus infinitos intentos de ahogarme. Mi voz ronca y baja lo hace tensarse.
—Tú y yo no tenemos una relación, por más que me obligues a soportar tu presencia, eso no va a cambiar la realidad. ¡Eres un monstruo!
Su mano impacta con mi cara en una bofetada brutal, llenando mi boca de sangre en el acto, sin poder ni querer evitarlo escupo en su cara y noto como se enfurece más. Mi paciencia se acaba pero la suya también. Soy consciente que no debería provocarlo, que mejor para mí sería guardar silencio y dejarlo hacer, pero no puedo. Han sido muchos mese de sumisión indeseada, que, sumada a este encierro hacen que la rabia corra libre por mis venas solo con verle.
—Esto lo vas a pagar caro, maldita zorra.
Se abalanza sobre mí, arrancando la manta de mi cuerpo y dejándome desnuda para él, sé lo que viene a continuación y no pienso permitir que vuelva a hacerlo. Me revuelvo bajo su cuerpo intentando huir de su agarre, subo mi rodilla intentando golpearle, pero es más rápido y bloquea mi ataque. Desesperada lloro por lo injusta que es la vida, lloro de rabia por no poder defenderme y lloro de impotencia pues de nuevo él va a ganar y yo solo puedo permanecer aquí, dejándolo hacer.
Un sonido extraño me alerta, alejo mis pensamientos derrotistas y me centro en lo que acabo de escuchar. Él sigue sobre mí, mordiendo mis pechos brutalmente y marcando mi piel para su deleite, mientras yo busco algo que me indique que no estoy loca. Permanezco centrada en el piso superior, en intentar descubrir si hay alguien más en la casa. De nuevo escucho pasos y una alegría inmensa me recorre, espero que sea alguien a quien pedir ayuda, alguien que me saque de aquí.
Consciente de que él puede escuchar los pasos también, empiezo a forcejear para hacer ruido y así ocultar los sonidos del piso superior y tratar de llamar la atención de quien sea que esté arriba. Mi sangre fría me sorprende, sobre mi cuerpo tengo a un maltratador, violador y secuestrador, alguien que más que hombre es un demonio, intentando hacer con mi cuerpo lo que le apetezca. Desesperada forcejeo y logro soltar una mano de su firme agarre, llevándola en el acto a su pelo rubio y tirando con saña.
—¡Zorra! ¿Cómo te atreves?
Su mano, ahora cerrada impacta sobre mi maltrecha cara, haciendo que mi ojo se cierre casi en el acto por la hinchazón. Lloro sin poder evitarlo, de dolor, de rabia y de alivio. Los pasos se aproximan y él permanece ajeno a ello. Harta de sus continuos ataques, ya sean verbales o físicos, y con la sensación de libertad que me produce saber que no estamos solos, le propino un cabezazo, dejándome aturdida por el impacto y con una sonrisa de satisfacción por haber escuchado el chasquido de su nariz al romperse.
Los golpes que él me propina a partir de ese momento a penas los siento, patadas por todo el cuerpo acompañados por miles de insultos, a los cuales no doy importancia. He plantado cara a mi atacante y eso me da una sensación de libertad como nada hasta ahora. Con los ojos casi cerrados, cayendo en un sopor liberador, creo divisar varias personas entrando en mi cuartucho infecto. Ajena a todo, con una sonrisa en la cara dejo que la oscuridad me lleve.
Abro los ojos y me encuentro en una sala blanca, limpia y llena de luz. El contraste con mi anterior habitáculo me hace estremecer. Miro alrededor y deduzco que me encuentro en un hospital, las máquinas que rodean mi cama así lo indican. No entiendo como he llegado aquí, él no estaba contento conmigo, no creo que quisiera llevarme al médico.
La esperanza aflora en mi interior al recordar los pasos y sonidos que advertí cuando le tenía sobre mí. La presencia de gente en su casa podría significar que soy libre, que al fin han descubierto dónde me tenía encerrada y que ahora el encerrado es él. Siento correr una lágrima por mi mejilla, una lágrima de felicidad absoluta al presentirme libre al fin.
Pienso en mi familia, en mis amigos y la urgencia de buscarlos me obliga a girar la cara. Ahí, sentada al lado de mi cama, con rastros de preocupación y alivio en la cara está Luna. Mi amiga me mira con esos enormes ojos azules y una sonrisa. Su presencia me llena de felicidad y, al intentar hablar ella, me lo impide colocando un dedo sobre mis labios.
—No, no lo hagas. Los médicos dicen que te recuperarás pero has de mantener reposo y guardar silencio. Tu cuerpo está muy maltratado, amiga, hay hematomas y laceraciones por todos lados, tienes costillas rotas y muchas más cosas que no voy a mencionar, no es necesario recordarte el infierno que has vivido. Lo único que importa es que te vas a poner bien, que te vas a recuperar y vas a volver a ser la de antes.
Asiento feliz y las ganas de saber dónde está él me superan. Ignorando su orden de silencio hago la pregunta que más temo, la pregunta que puede cambiar mi vida.
—¿Dónde… él?
Mi amiga sonríe y agarra mi mano, la aprieta para darme fuerza y sin dejar de mirar mis ojos responde.
—La policía se lo ha llevado. Tienen pruebas de tu secuestro, van a procesarlo por intento de asesinato y con tu declaración pasará muchos años en la cárcel.
Asiento liberada, noto como un peso enorme abandona mi cuerpo. Libre al fin sonrío a mi amiga y dejo que mis ojos se cierren, sumiéndome en un sueño reparador más que necesario.
Lectora voraz, adicta al cine y las series, administra del blog Paraíso de los libros perdidos desde 2016. Escritora de romántica y relatos variados, con miles de ideas inundando su mente a las que poco a poco va dando vida.
El contenido de esta entrada se encuentra bajo una licencia CC BY-NC, por lo que no se permite su uso comercial sin permiso de su autor.
Créditos de las imágenes
- Del amor al odio | Awenyr | CC BY 4.0