Mi Foto
Al apagar el motor del coche me cuestioné una vez más porqué lo hacía. La relación con mis abuelos no fue de las mejores. Nuestros momentos juntos resultaban forzados, por lo que cada vez más espaciados en el tiempo, acabaron por ser inexistentes.
Cuando ella murió yo volvía a estar en la habitación de al lado, como varias tardes antes. Intentaba encontrar el valor de decirle que la perdonaba por no quererme. No lo encontré, tal vez es que nunca llegué a hacerlo. Me pregunto si quizás por eso estoy aquí, delante de lo que fue su hogar. El mismo lugar desde mi abuela se marchó. Puede que ahora sea mi momento de hacer las paces con mi pasado. Dentro de unos días esta vieja construcción abandonada será demolida y, nuevos hogares se levantarán con la esperanza de albergar familias felices. Cosa que nunca fue la nuestra.
Abro la puerta con esfuerzo, la cerradura y las bisagras se han oxidado. Esa casa dejo de importar hace mucho tiempo. Recorro la primera planta y todo está tal y como la recuerdo salvo por todo el polvo y la calima que se ha acumulado durante estos años. Me pregunto si los muebles aún custodian sus cosas, ellas también dejaron de importar.
A los pies de la escalera me vuelvo a esforzar por encontrar el motivo que me ha llevado hasta allí. Subo los escalones despacio, el cuerpo me pesa. Sé que intenta decirme que no continúe, pero quiero terminar lo que he empezado. Justo en frente de la escalera encuentro lo que debió de ser la cocina. Los azulejos están rotos y no hay rastro de ningún armario. Los escombros esparcidos por el suelo me hacen mirar al techo creyendo que provienen de allí. No me equivoco, en algunas zonas se pueden ver las vigas.
Avanzo por el pasillo, a ambos lados hay habitaciones vacías. Parece que esa planta no tiene nada más que ofrecerme salvo desolación, pero ahora sí me equivoco. La atmósfera de abandono se rompe. No había visto esa puerta antes, aunque, a decir verdad, por mucho que me esfuerce no tengo recuerdos de las dependencias superiores. El lacado blanco luce brillante, parece que el tiempo no ha pasado por ella, pero la forma del pomo revela que pertenece a otra época. Está frío, muy frío. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Vuelve a decirme a su manera que no le agradaba estar allí. Mi mano gira el pomo casi por iniciativa propia.
El aire que emana de su interior está tan cargado como helado. Para mi sorpresa no huele a rancio ni a polvo, porque no lo hay. Cierta familiaridad me abraza al contemplar aquel dormitorio sencillo. Nada cubre los pocos muebles que hay, nada los protege del inexorable paso del tiempo. Ni al propio tiempo le importaba lo que allí había. Otra vez el frío. Sube desde mis pies, acelera mi corazón y es expulsado de mi cuerpo en forma de vaho.
Me paseo por la pequeña estancia y despreocupada paso los dedos por la mesita de noche. No dejan huella en la superficie, pero si detectan un flujo de energía extraño. Miro la cama recelosa, es imposible que esa colcha no se haya convertido en un palacio para los ácaros, pero, aun así, me siento. Abro el pequeño cajón de la mesa y solo encuentro un par de fotos.
No reconozco el vestido de flamenca con el que salgo en una de ellas. En esa foto tendría cuatro o cinco años por lo que me resulta lógico. El pelo pegado a mi frente en forma de caracol me arranca una sonrisa. Me pregunto cómo ha llegado hasta ahí. La siguiente foto es del mismo día, pero me acompaña mi abuela. Pienso en lo guapa que era de joven. Frío, siento de nuevo ese frío que se cala hasta mis huesos. Joven, la idea de que mi abuela está especialmente joven me inquieta. Veinte años debía de tener en esa imagen, los mismos que distaban de su edad cuando yo nací. Entonces me percato de otro detalle, la ausencia de colores. Frío, se siente el negro que camufla el color real del vestido, de mis labios, del blanco de mi piel. Me siento bastante confusa. Instintivamente las giro y veo algo escrito: Isabel 1943. Frío, siento en mi alma cuando comprendo que esas fotos son en realidad de la primera hija de mi abuela. Frío, cuando pienso en que esa foto pudo hacerse poco antes de su triste fallecimiento. Frío, al verla tan ilusionada con su vestido, sin saber que su vida se apagaría pronto.
Fría, está la mano que se coloca sobre la mía. Frío es el pánico que se apodera de mí y me paraliza. Quiero correr cuando la veo a mi lado.
—Perdóname —me dice. A duras penas puedo contener el grito, mucho menos preguntarle el qué. —Por no quererte.
Las lágrimas brotan de mis ojos. Esa casa al final me estaba brindando esa conversación que llevaba tantos años pendiente.
—Desde el día que naciste la pude ver en tu sonrisa. Nunca superé que mi pequeña se fuera y tú me la recordabas a cada instante.
No puedo hablar, no puedo pensar. El llanto me impide respirar. Intento inspirar profundo pero el aire no llega a mis pulmones. En el que creía que sería mi último intento lo consigo. Una extraña calma se apodera de mí. Sonrío.
—Volví para estar contigo, mamá; pero ahora eres tú la que te has ido.
El autor del texto será revelado al término del concurso.
Créditos de las imágenes
- Mi foto - Duelo a Texto #1 | Awenyr | CC BY 4.0