El teléfono suena de nuevo. No necesito descolgar la llamada para saber quién es ni lo que va a decirme. Solo tres palabras, Él está aquí. Una vez más salgo corriendo hacia a la puerta abriéndola de par en par, pero ya no está. No se escuchan pasos en la escalera, ni un solo sonido fuera de lo habitual.
Resoplo y envío un mensaje al vecino del bajo para dar la voz de alarma. Ese hombre ha vuelto y no hemos podido pillarlo, otra vez.
Golpeo con los nudillos la madera de la puerta de mi vecina, tres veces, como hemos acordado. Maya abre la puerta hecha un mar de lágrimas y, nada más verme, se lanza a mis brazos. Está aterrorizada. Ese maldito bastardo no la deja en paz y ya no sé qué más puedo hacer para ayudarla. Lo hemos probado todo; llamar a la policía, hacer batidas por toda la urbanización… Pero nuestros esfuerzos son inútiles.
Enseguida escucho los pasos de los vecinos por la escalera. Todos están volcados en la búsqueda de ese malnacido. ¿Por qué lo hace? ¿Qué gana aterrorizando a una pobre cría de quince años? Nada de esto tiene sentido. ¿Cómo es posible que nadie lo haya visto nunca? Siempre toca a su puerta cuando sabe que la muchacha está sola. Su madre trabaja todo el día en un restaurante para poder salir adelante y ese hombre lo sabe.
La pobre Maya vive aterrorizada sin poder salir de su casa por miedo a que él le haga daño. Al menos allí dentro está segura, a pesar de sus insultos y de sus amenazas de muerte, no puede tocarla a través de la madera.
El edificio vuelve a quedarse en silencio y Maya vuelve a su casa tras tranquilizarse. Va a volver a ocurrir, lo sé. Al principio las visitas de ese tipo eran cada dos o tres semanas, pero cada vez son más seguidas. Ahora viene varias veces al día y sé que la pobre muchacha no va a resistirlo durante mucho más tiempo.
Otro día, varios “incidentes” más y seguimos sin dar con él. Esta vez hemos subido unos cuantos a la azotea del edificio. Se nos ocurrió que quizás “El hombre” accede a este edificio desde allí pasando por el edificio contiguo, deja sus zapatos en el séptimo y último piso y baja descalzo. Por eso no escuchamos sus pisadas cuando huye. Una locura, lo sé, pero ya nos estamos quedando sin ideas, y la policía ya empieza a tomarnos por paranoicos.
Estoy solo en casa, en silencio, mirando fijamente mi teléfono. Va a sonar en cualquier momento, solo es cuestión de tiempo, ya que la madre de Maya salió hace poco más de veinte minutos hacia el trabajo.
De pronto suena y ni siquiera me molesto en contestar. Sé que de haberlo hecho escucharía la voz aterrorizada de Maya diciendo entre llantos Él está aquí.
Abro la puerta de golpe y veo como la del ascensor se cierra. No lo dudo ni un segundo, corro escaleras abajo intentando alcanzarlo, pero entre el segundo y primer piso la máquina se detiene, a los pocos segundos retoma la marcha, pero en sentido inverso. Está subiendo. Ese cabrón se ha dado cuenta de que lo estoy siguiendo y quiere despistarme. Empiezo a subir las escaleras de tres en tres sintiendo como el sudor recorre mi espalda. En cuanto lo pille le voy a dar una paliza tan grande que se le van a quitar las ganas de acosar y asustar a la cría.
Pienso que va a detenerse en el cuarto piso, donde vive Maya y yo también, pero el ascensor sigue ascendiendo hasta llegar al sexto, entonces se detiene.
Me preparo para abrir la puerta escuchando de fondo el sonido de mi respiración agitada retumbando en las paredes del edificio. Te tengo, ahora no vas a poder escapar desgraciado. Abro la puerta de golpe, pero allí no hay nadie. Se ha ido, aunque no sé cómo lo ha hecho. Quizás cuando estaba subiendo del quinto al sexto piso logró escapar sin que yo lo viera.
Golpeo la pared con mi puño sintiéndome frustrado por toda esta situación. Estoy seguro que hoy mismo va a volver. Solo se está escondiendo, jugando a un maldito y macabro juego del gato y el ratón.
Esta vez no me lleva demasiado tiempo tranquilizar a Maya. Creo que ya se está acostumbrando a esto y no le afecta de la misma manera.
Tras volver a mi casa, repaso una y otra vez los pasos de ese tipo. Sigue habiendo cosas que no me cuadran. La gente no desaparece sin más. Si quiere jugar, vamos a jugar, pero esta vez el gato va a estar esperando al ratón justo delante del queso.
Les envío un mensaje al resto de vecinos. Unos cuantos vamos a escondernos en la misma planta, en una zona desde la que nadie puede vernos gracias a un recoveco de la pared donde están los cuadros de luces de los pisos, los demás estarán repartidos por los otras plantas en el mismo lugar que nosotros. Es imposible que “El hombre” pueda vernos, tanto si baja por las escaleras o usa el ascensor.
Nos escondemos. Durante casi una hora voy echando vistazos hacia la puerta de Maya, con mi teléfono en la palma de la mano. Escucho un ruido y me escondo. No sé qué es, pero no son pisadas, son como pequeños golpes que provienen del interior del piso de Maya. Por un momento pienso que ese tipo ha podido entrar en la vivienda por alguna ventana a pesar de ser un cuarto piso, pero entonces mi teléfono suena. Me quedo de piedra al ver el nombre de Maya escrito en la pantalla, miro hacia su puerta nuevamente, pero ahí no hay nadie. Mi compañero de escondite está tan confundido como yo. Descuelgo la llamada y escucho su llanto ahogado. Solo tres palabras, Él está aquí. Salgo de mi escondite mirando hacia todos lados, pero no hay nadie, nadie ha tocado a su puerta y mucho menos puede haberla amenazado o insultado.
Toco tres veces a la puerta con los nudillos. Maya la abre de inmediato y se lanza a mis brazos llorando, pero esta vez no la creo. La aparto de mí y entonces lo veo, una sonrisa de oreja a oreja ilumina su rostro. Me ha mentido, todo era mentira, una alucinación tal vez, pero entonces… ¿Quién demonios estaba dentro del ascensor?.
Créditos de las imágenes
- Él está aquí | Awenyr | CC BY 4.0