Corría por las calles transitadas de la ciudad. Era de noche, pero todo el mundo estaba en el exterior, dado que el equipo de fútbol nacional acababa de ganar un partido importante. La muchedumbre había salido a celebrarlo, pero ella no. Tenía demasiada prisa como para detenerse por unos cuantos fanáticos, así que cruzó la carretera mientras la multitud gritaba.
Oyó un claxon y todo se hizo demasiado borroso. Abrió los ojos y comprobó que estaba mirando el cielo, eso o su cabeza le estaba haciendo ver literalmente las estrellas. Al poco rato una multitud se formó a su alrededor. Un chico con barba de un par de días y ojos claros la miraba con aires de superioridad.
—Será estúpida —dijo directamente, mientras otra persona, con mucho más tacto, se dignaba a pedir una ambulancia.
Aquel desconocido tenía razón, solo a ella se le ocurriría cruzar por la carretera el día en
que el equipo de fútbol ganaba el partido más importante del año.
—Apártense, soy médica.
La voz de una mujer se hizo eco por encima de la multitud hasta arrodillarse a su lado. Llevaba la camiseta del equipo ganador y la cara pintada con la bandera de la nación. ¡Cualquiera hubiese dicho que era médica!
El joven desconocido seguía contemplándola de forma descarada y sin inmutarse, ¿sería él quien la había atropellado? De ser así, no parecía muy conmocionado. Y como a ella, tampoco parecía interesarle el fútbol, pues iba con ropas comunes.
La doctora empezó a examinar a la joven, iluminó sus ojos con una especie de llavero
linterna. Muy práctico.
—¿Le duele algo?
«Pregúntame qué no me duele y acabamos antes», pensaba ella mientras sentía por
encima de todo un pinchazo en la cabeza.
—La cabeza.
La voz le salió frágil, casi en un susurro. No se reconocía.
—Normal —añadió el joven antipático del principio—, un poco más y llega al núcleo de
la tierra de un cabezazo.
Ella lo atravesó con la mirada, pero aquello solo hizo que sintiera más dolor de cabeza. El joven, por el contrario, se giró sobre sí mismo para contemplar al tipo que tenía detrás, que también la miraba a ella. Negó con la cabeza desechando algún pensamiento ridículo y siguió observando a la chica mientras se cruzaba de brazos.
—¿Eres alérgica a algún medicamento? —preguntó la doctora sin recriminar la intromisión del joven.
—No —se limitó a responder ella. Oía claramente la sirena de la ambulancia.
Estaban cerca y quizás no habían pasado ni cuatro minutos desde que se hallaba en el suelo. Lo bueno de que el país estuviese como loco por aquel partido de fútbol, era que habían aumentado la seguridad y las ambulancias hacían más rondas de las normales.
La multitud se hizo a un lado para dejar pasar a los camilleros. Todos excepto aquel joven de ojos claros, que ni siquiera les prestó atención. Estaba segura de que aquel tipo era quien la había atropellado y no quería perderla de vista para cobrarle por los daños de su coche. Pues lo llevaba claro.
Los camilleros le pusieron un collarín mientras le inyectaban algo en el brazo. No fue una sensación agradable.
—No se preocupe —dijo la doctora mientras alzaban la camilla—, se pondrá bien.
—Eso, o lo contrario —añadió el tipo de antes.
—¿Y yo qué te he hecho? —gritó harta de aquel desconocido—. No pienso darte un duro por haberme destrozado los huesos.
El joven volvió a girarse para contemplar a un hombre igual de sorprendido que él.
—¿Me lo dice a mí? —preguntó el hombre.
—A usted no, al idiota que tiene delante.
Por un momento todo se quedó parado, mirando a la joven con una expresión indescifrable. Los camilleros reanudaron la marcha enseguida, colocándole sobre la nariz una mascarilla de oxígeno.
—Daos prisa —apremió la doctora subiéndose a la ambulancia con ella.
La mujer hizo algunos gestos hacia la multitud. Seguramente se estaba despidiendo de los hinchas que iban con ella. Al fin y al cabo, un médico lo era veinticuatro horas.
La cabeza le daba vueltas. Lo último que vio fue al joven de antes subirse a la ambulancia tras la doctora, justo cuando esta cerraba la puerta. Se desmayó sin poder replicar nada. Le sorprendía que aquel cazafortunas hubiese entrado con ella, pero más aún que ninguno de los sanitarios le hubiese echado a patadas.
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Créditos de las imágenes
- El infierno de Gareth Becker | Awenyr | CC BY 4.0