La espera – ¿Mi hija tiene COVID?

Diario-relato sobre la experiencia y sentimientos de una madre ante la perspectiva de que una de sus hijas pueda tener COVID durante los días de espera para recibir los resultados de la PCR.
Índice de contenido
Tiempo de lectura: 5-10 min

La espera es un diario-relato creado con el fin de compartir la experiencia y emociones vividas durante los cuatro días en que una familia vivió la incertidumbre de saber que podían tener un caso positivo de COVID, con dos niñas pequeñas y varias personas de riesgo en su entorno.

Día 1

La frustración de la espera

La frustración inundaba todos sus sentidos. No podía estar ocurriendo otra vez. Trató de respirar hondo, pero podía notar como la ansiedad crecía cada vez más recorriendo su interior.

Las lágrimas intentaban llegar a sus ojos, pero la impotencia se lo impedía. Decidió usar todo ese torrente para algo creativo e intentar con ello controlar la ráfaga, así que comenzó a escribir.

La frustración inundaba todos sus sentidos. No podía estar ocurriendo otra vez. Trató de respirar hondo, pero podía notar como la ansiedad crecía cada vez más recorriendo su interior.

Sus manos se movían casi como autómatas con una misión que no se pudiese desactivar. A penas pensaba en lo que escribía. Las palabras salían una tras otra a pesar de los nervios, a pesar del dolor, a pesar de todo.

Tomó aliento, la carga parecía algo menos pesada, no quería pensar, pero tenía que hacerlo. No quería imaginarse de nuevo la vida encerrada, en una jaula a la que una vez llamó su hogar, con todo fuera de su control, sin poder decir, hacer ni decidir nada.

Tenía que hacer planes, prepararse en caso de que se confirmase lo peor, pero su mente se resistía a la idea de siquiera pronunciar las más sencillas palabras en su mente: “de vuelta al confinamiento”.

Había estado tomando todas las medidas que había podido, que su mente y su salud le permitían. Por supuesto había sido negligente en alguna ocasión, la familiaridad y la confianza que da la falsa normalidad le habían jugado una mala pasada y le habían hecho tomar algunas malas decisiones.

Ahora no sólo temía por ella, temía por los suyos. Por esa nueva familia que había encontrado y que corría más peligro que ella. Quería autoconvencerse, repitiéndose una y otra vez que al final no sería nada. Pero no podía evitar pensar que, si se confirmaba la noticia, todos aquellos a quien quería estarían en peligro. La relación no volvería a ser como antes y encima era posible que la culpa fuese suya (y aunque no lo fuese, en seguida habría quien la culpase, no sabía que era peor…)

La correría como la espuma, las miradas estarían en ella, las malas lenguas hablarían y ella no podía hacer nada para impedirlo…

Todo esto estaba haciendo que la ansiedad volviese a subir, no podía enfrentarse a ello ahora. Decidió que era el momento de dejar de escribir, tomarse un respiro e intentar esperar a tener más información.

La noticia correría como la espuma, las miradas estarían en ella, las malas lenguas hablarían y ella no podía hacer nada para impedirlo…

Día 2

La incertidumbre de la espera

Ella, atea, agnóstica, tachada a veces hasta de satánica por quien ignoraba el significado de esa palabra, se veía ahora implorando a dios que la prueba resultase negativa. Que su pequeña, su tesoro, no tuviese más que un simple catarro y pudiese volver en un par de días a jugar con sus compañeros, a no sentirse extraña, a vivir como la niña normal que era.

No quería imaginar lo que supondría a nivel psicológico para ella, que ya tenía sus dificultades, enfrentarse de nuevo al encierro y con el añadido, además, de la tensión social y los juicios negativos que supondría para alguien que, además, ni siquiera lo entendía. ¿Cómo podía nadie llegar a entender la situación que estaba dominando el mundo, infectándolo masivamente, sin saber de dónde vino ni cómo va a acabar?

A veces bromeaban llamándolo virus zombie. Otras como si, en su pequeño pueblo sin apenas incidencia, eso no pudiese llegar a pasar y, sin embargo, el riesgo seguía ahí y seguía siendo alto…

A veces bromeaban llamándolo virus zombie. Otras como si, en su pequeño pueblo sin apenas incidencia, eso no pudiese llegar a pasar y, sin embargo, el riesgo seguía ahí y seguía siendo alto…

Las horas pasaban, la prueba estaba hecha, ya sólo quedaba esperar el resultado. Y eso era una de las cosas que la estaban matando, la incertidumbre. No sabía qué esperar del futuro, no sabía cómo iba a ser su vida en los próximos días. Si todo seguiría igual (eso esperaba) o si su vida cambiaría para siempre.

Cada minuto que pasaba las emociones se agolpaban. Pasaba del estado de alerta y planificación fría a la preocupación absoluta. Les habían dado unas directrices por las que su niña, su amor, tenía que estar aislada preventivamente.

Era una niña muy inteligente, pero no dejaba de tener siete años nada más. Las lágrimas al correr por su cara le rompieron el corazón. La veía enfadada, frustrada, pero sobre todo triste. Se sentía sola ya sólo con la perspectiva de estarlo, antes siquiera de saber lo que iba a pasar.

Se encargaron de que su habitación fuese lo que siempre quiso y tuviese todas las distracciones y libertades posibles, pero en ese momento se sentía impotente. No podía consolarla, darle un beso, acariciarle la frente… Sentía el impulso de mandar todo al cuerno e ir a proteger a su pequeña. Pero estaba entre la espada y la pared. (uno de esos pocos momentos en la vida que odiaba cuando ocurrían).

Le tocaba elegir entre las dos cosas más preciadas de su vida, sus dos hijas. Si entraba y decidía exponerse con todos los riesgos, dejaría de lado a su pequeño bebé de dos años, con todo lo que ello conllevaba, que era lo mismo que con la mayor, pero con una diferencia clave: ella no entendía lo que ocurría ni por qué.

Todavía no sabía cómo iba a conseguir si quiera que no entrase en la habitación de su hermana, que soportase la idea de saber que está sin poder acercarse a ella.

Era, desde luego, una situación insólita y, quizás por eso o quizás no, lo más difícil a lo que se había enfrentado en su vida. Estaba agotada pero su mente estaba tan activa que ni se planteaba dormir, estaba relajada, pero tenía un tambor permanente golpeándole el pecho…

Estaba agotada pero su mente estaba tan activa que ni se planteaba dormir, estaba relajada, pero tenía un tambor permanente golpeándole el pecho…

La espera, no soportaba la espera…

La vio cerrar los ojos y quedarse dormida. Se quedó observando la expresión de profunda tristeza que reflejaba su rostro, normalmente en paz, sin tener claro si lo que veía no sería más que una proyección de su propio interior.

Las palabras seguían surgiendo en su cabeza, como en una mala serie de bajo presupuesto en la que el narrador rellena huecos en el argumento, convirtiendo en expresión artística lo que estaba siendo una auténtica tortura. Se preguntaba una y otra vez cómo podría seguir mostrándose optimista y positiva y, al mismo tiempo, ser realista y planificar con cautela lo que podría estar por venir (esto formaba parte de su estrategia más efectiva a la hora de prevenir y controlar la ansiedad).

Día 3

El punto de apoyo durante la espera

La mañana llegó, tras una noche en la que nadie pudo descansar en condiciones. Ella con el noqueo propio de la medicación, su pareja, siempre pendiente, cuidando de su tesoro que se pasó toda la noche con pesadillas derivadas de su turbada mente y con un sentimiento de soledad que, al conocerlo, le partió el alma.

Él, hipocondríaco por naturaleza, estaba siendo el sensato, el equilibrado, el pilar en el que todas se estaban apoyando para no acrecentar la locura que ya de por sí suponía esa situación.

Finalmente, él hizo lo que ella no había podido el día anterior: decidió entrar en la habitación y quedarse con ella. Tomando todas las precauciones necesarias, pero siendo ese pilar y punto de apoyo que ella no pudo ser. Al escuchar la noticia se sintió parcialmente aliviada, pero, sobre todo, su admiración por él creció de manera exponencial. Él, hipocondríaco por naturaleza, estaba siendo el sensato, el equilibrado, el pilar en el que todas se estaban apoyando para no acrecentar la locura que ya de por sí suponía esa situación.

Esa mañana las llamadas y los mensajes volvieron a comenzar. Buenos amigos preguntando por la situación, comunicaciones a los dos centros escolares, su médico de cabecera confirmando que ellos también tendrían que hacerse pruebas… Había momentos en que casi perdía la noción de la realidad, dando vueltas sin parar por la casa, recogiendo lo irrecogible y con la sensación permanente de que le faltaba algo por hacer, alguien a quien avisar, algo que contar.

Finalmente llegó otra llamada. Ahora les tocaba a ellos hacerse la prueba. Salieron de inmediato. Durante todo el camino lo que pasaba por su cabeza no era ella, o lo incómoda que resultó la prueba, si no lo que supondría para ellos cuatro que alguno diese positivo. La respuesta la sabrían al día siguiente. Al llegar a casa, todo seguía igual que el día anterior. De momento no podía haber cambios.

Comió lo que entró en su estómago reducido por los nervios. Cuidó de los suyos un rato y se sentó junto a su pequeñita a ver un rato una tele a la que, en realidad, no estaba prestando atención. Su cerebro estaba cubierto por una niebla tan espesa que nada podía penetrarlo para lograr ser procesado.

En una de las decenas de veces que cogió su teléfono, de repente, una notificación. Negativo… NEGATIVO. Le costó procesarlo al principio. Leyó el mensaje varias veces, era correcto, ¡su tesoro había dado negativo! Pero el peligro todavía no había pasado, quedaba un día, sólo un día más…

Pero el peligro todavía no había pasado, quedaba un día, sólo un día más…

Sopesó las implicaciones de las nuevas noticias, avisó a sus seres queridos, que habían estado preocupados con ella las últimas veinticuatro horas, todos se alegraron. Sintió, incluso, que se alegraban más que ella, pues acababa de descubrir que ella estaba en una especie de shock que le impedía asumir todo lo que estaba pasando. Probablemente, una vez que todo terminase, tardaría todavía un tiempo en mostrarse las connotaciones psicológicas que realmente había tenido e iba a tener todo este proceso.

Día 4

El final de la espera

Un nuevo día amaneció. El día anterior, probablemente por el alivio de saber la buena noticia, su mente se relajó y cayó en un profundo sueño. Sólo faltaba saber qué resultado tendrían ellos, pero lo más probable era que fuese también negativo.

Ahora tenían un poquito más de falsa libertad, pero lo malo todavía no había pasado de todo. Ese día la escuela haría un concurso de máscaras de Halloween y no habían podido crear la suya ni llevarla a tiempo debido a todo lo ocurrido. La peque estaba triste por ello. De todos modos, decidieron que la hiciese igual para mantener su mente ocupada, ya que empezaba a mostrar los signos de la ansiedad acumulada durante esos días.

Su hermana pequeña no aguantaba más separada de ella y se afanaba en entrar en su habitación a la mínima oportunidad, por lo que las cosas estaban siendo algo complicadas, pero ya no tan pesadas en la mente desde que sabían el resultado.

Y al fin llegó el esperado desenlace, ambos dieron negativo y la sensación de libertad se extendió por cada fibra de su ser. Volvió a ver a sus amigos y a reírse juntos con más ganas que nunca.

Si algo había sacado de esta experiencia era perspectiva. Y la capacidad de saber que debía aprovechar cada instante, por mundano que pareciese, como si fuese el último que iba a vivir.

Créditos de las imágenes
  • La espera. ¿Mi hija tiene COVID? | Awenyr Luna | CC BY 4.0

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