El legado de Guy Fawkes

Tengo entre mis manos la carta que me ha escrito mi amigo G.F. Los agentes penitenciarios me acaban de confirmar que ha muerto, lo encontraron en su celda, colgado del cuello. Vine para confirmar su identidad y me entregaron una carta que quería compartir con vosotros.
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G. F.

Queridos liternautas, escritores y lectores de la blogosfera mundial. Mi nombre es… bueno, esto realmente da igual. Hoy es 5 de noviembre de 2021. En estos momentos estoy saliendo del penal de Soto del Real, en Madrid. Tengo entre mis manos la carta que me ha escrito mi amigo G.F. Los agentes penitenciarios me acaban de confirmar que ha muerto, lo encontraron en su celda, colgado del cuello. Vine para confirmar su identidad y me entregaron una carta que quería compartir con vosotros.

La carta

Querido amigo:

Cuando leas estas líneas estaré, si Dios quiere, en el otro mundo. He perdido toda esperanza y tal vez Él me acoja en su seno. Quiero agradecerte el cariño que siempre me mostraste y pedirte perdón por los desplantes.

Imagino el dolor y la incomprensión provocada por mi rechazo, pero hasta que no obtuviera mi propia redención no podía recibir a nadie. Te preguntarás por qué la muerte puede ser la solución, pues, como se suele decir, mientras haya vida siempre hay esperanza, pero se trata de eso precisamente: he perdido la esperanza para el mundo, ese mundo donde convivimos con nuestros seres queridos.

Todo comenzó hace un año, por estas fechas. Recuerdo perfectamente el día: 31 de octubre. Llamaron a mi casa. Era una fría y oscura noche. El viento azotaba los árboles, y las nubes parecían viajar a gran velocidad mostrando el farol de la luna de forma intermitente. Yo disfrutaba de una novela frente a la chimenea. Era tarde y pensé que algún rezagado todavía tenía ganas de hacer truco o trato. El timbre sonó solo una vez; estuve a punto de no abrir, pero pasados un par de minutos volvió a tintinear con mayor insistencia y entendí que el visitante no pensaba marcharse.

Cuando abrí la puerta, apareció ante mí, como un ente espectral, un hombre de mediana estatura con capa, botas altas y chaleco granate, con un sombrero de alas; pero lo más inquietante era su rostro: su piel tintada de blanco simulaba una careta, los bigotes finos y estirados tal como dos hebras negras parecían los de un gato. Los ojos negros y penetrantes me observaban con una mirada entre la exigencia y la amistad, al igual que un amigo que te visita pasados los años y no le reconoces del todo.

—Buenas noches. —su voz sonó grave. —Después sonrió. Los perfilados labios asomaron
mostrando unos dientes blancos que brillaban como perlas en la noche. Respondí con acritud.

—¿Qué desea? —Nunca me gustó la fiesta de Halloween. Ese tipo me había interrumpido y hacía un frío del demonio. Su capa se levantó por el efecto del viento formándose tras él un pequeño remolino de hojarasca.

—Señor, G.F. —Alzó su brazo y me entregó una carta.

Me fijé en su mano enguantada. Sus ojos marcaban los míos de tal manera que la carta quedó entre nosotros con su brazo extendido. Me sentí algo ridículo con mi batín ante
aquella figura de elegancia medieval, pero, casi por instinto, cogí el sobre.

Realmente quería que desapareciera de allí y si, no pedía nada a cambio, se podría marchar de inmediato.

Reconozco que el disfraz era bueno, tenía todos los detalles de las prendas de un caballero del siglo XVI. Soy aficionado a estas novelas y el paño me pareció auténtico. Luego se tocó la punta del sombrero e hizo una reverencia.

—Las instrucciones están detalladas en la misiva que le entrego. Espero que Dios sea
benévolo con nuestro cometido. —Pronunció las palabras con una sonoridad un tanto petulante y desapareció en la noche bajo su capa. Me quedé allí unos segundos con la palabra en la boca. —con aquella frase inconclusa.

—¡Eh, espere! ¿Quién es usted?

En ese mismo instante comprendí que aquello no era parte de ninguna treta relacionada con la fiesta de Halloween. Cerré la puerta y volví a mi novela. Me sentí tan engañado que dejé la carta sin leer hasta la mañana siguiente. Llevaba un lacre rojo con un escudo y el papel era curtido, pero supuse que se trataba de alguna publicidad, tal vez de una tienda de disfraces. Ignoro cómo aquel personaje podía conocer mis iniciales: G.F, solo mis amigos íntimos me llamaban así, se trataba de una broma que comenzó hace muchos años cuando no queríais llamarme por mi nombre: Gilberto Fernández. Sabes que soy un poco peliculero y después de pensarlo un poco vi una clara similitud entre mis iniciales y las del personaje que me visitó: Él representaba a G.F: Guy Fawkes.

Recordé cómo en nuestra juventud os burlabais con esto de “GF” que sonaba como “jefe” cuando yo era precisamente el que menos mandaba en el grupo. Desde siempre mis pasiones han sido las novelas y los explosivos. Cuando era un crío no hacía otra cosa: leer novelas y preparar petardos, eran mis juguetes preferidos: la pólvora, los cohetes de fuegos artificiales, pero también sabes que con estas cosas no se puede conseguir un trabajo. Por eso siempre te estaré agradecido por haberme conseguido el
puesto de trabajo en el congreso de los diputados.

Para mí ser el bedel nocturno no es ningún trabajo denigrante. Solo tenía que sacar la basura por la noche y vigilar que no se acercara ningún beodo por la parte trasera de un edificio que ya contaba con un buen sistema de seguridad.

Aprovechaba las noches para leer hasta que apareció mi hermano de sangre: Guy Fawkes, para dar sentido a mi vida. Él despertó todas esas inquietudes que tenía enterradas en mi alma desde la juventud. ¿Sabes a cuántas manifestaciones he ido? contra la guerra, contra el cambio climático, contra los terroristas, a favor de la igualdad en el trabajo, por la libertad de género y religión… Sí, todo aquello volvió a renacer en mí y el señor Guy Fawkes me dio la oportunidad de cambiar las cosas: derrocar no solo al gobierno si no a todo el congreso, esa panda de burócratas que juegan con los destinos de la nación como si se tratara de una partida de ajedrez en la que siempre ganan ellos.

Ya estaba cansado de mirar a otro lado, de eludir la responsabilidad que como ciudadano tengo, que todos tenemos. Quién no es consciente de los seres humanos que pasan hambre, los vulnerables, los desposeídos, todos esos que están al margen de la sociedad por este sistema corrupto. ¡Se merecían tener una oportunidad!

Las instrucciones de Guy Fawkes eran claras. Yo tenía la llave del parlamento y la pólvora para volarlo. Aquello significaría una lección, un cambio; no deseaba ninguna gloria, ni reconocimiento, pero era mi gran oportunidad.

Un año más tarde, cuando todo estaba preparado, un traidor descubrió el plan y me
encarcelaron. Durante todos estos meses no he encontrado motivo alguno para vivir, para seguir luchando por una sociedad justa.

Espero que sepas entender mi muerte.

Un abrazo, G.F.

Carta de G.F.

El legado de Guy Fawkes

Ya en el exterior de la cárcel miré al cielo y respiré profundamente. Las nubes anunciaban una tormenta. Recé una oración para mi amigo G.F. Por un momento me sentí observado, alguien se ocultaba tras los matorrales de un jardín próximo al penal.

El sobre contenía una llave, la identifiqué de inmediato pues llevaba el escudo de España,
pertenecía a la puerta trasera del congreso de los diputados. Posiblemente por allí aún estaban ocultos los explosivos.
Comencé a caminar, con lentitud, como quién pasea sin ninguna dirección, pero a cada paso tenía más claro cuál era mi destino.

El contenido de esta entrada se encuentra bajo una licencia CC BY-NC, por lo que no se permite su uso comercial sin permiso de su autor.

Escritor de ciencia ficción con terroríficos acercamientos a la fantasía. Lector en constante búsqueda. Outsider de la realidad explorando mundos paralelos.

Créditos de las imágenes
  • El legado de Guy Fawkes | Awenyr Luna | CC BY 4.0 | Incluye imágenes de Canva Pro

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